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Tanto en esta boda en Guadalupe como en todas las demás, estar dentro de la escena es la mejor manera de que las fotos transmitan lo que ocurre frente a la cámara.
Si alguien me preguntara qué superpoder me gustaría tener para trabajar como fotógrafo de boda, es muy probable que respondiera que me encantaría ser invisible. Así que, cuando una pareja, al final de su gran día, después de haber estado muchas horas revoloteando a su alrededor con la cámara pegada al ojo, te da las gracias por lo fácil que les ha resultado todo, por lo cómodos que se han sentido y te dicen “es que no se os ha visto”, lo primero que me viene a la cabeza es que tal vez deba engordar un poco y, en segundo lugar, que ya tengo título para mi biografía póstuma: El extraño caso del fotógrafo menguante…
Bromas aparte, escuchar de boca de tus clientes unos comentarios así resulta tremendamente gratificante. No sólo por el hecho de haber cumplido la parte de nuestro trabajo consistente en acompañar a los novios durante el día, sino por la satisfacción de haberlo hecho sin entorpecer el devenir de los acontecimientos y de la fiesta. Y, sobre todo, permitiendo que todo fluya de forma natural, lo cual es fundamental dado el enfoque documental desde el que abordamos nuestro trabajo.
En la boda de Itxaso e Imanol, empleamos nuestra invisibilidad para empezar a hacer fotos en casa de la novia, donde ultimó sus preparativos antes de subir al santuario de Guadalupe. Tras una sencilla ceremonia, los invitados llenaron a los recién casados con besos y abrazos bajo una fina lluvia que nos obligó a utilizar el Parador de Hondarribia para realizar algunas de las fotos de pareja.
Fiestón sorpresa…
Después, el cóctel y el banquete en el restaurante Alameda, alguna sorpresa para varios familiares y amigos… todo según el guión previsto. Sin embargo, lo que hasta ese momento parecía una boda “convencional”, se transformó tras el primer baile en una gran fiesta. Sorprendentemente, casi todos los invitados participaron en uno u otro momento, incluso el novio cuando sonaron los acordes del himno de la Real Sociedad, lo cual nos permitió poner una sabrosa guinda fotográfica al pastel.
Era Robert Capa, el único fotógrafo que se atrevió a tomar fotos del desembarco de Normandía durante la 2ª Guerra Mundial, quien decía aquello de que si tus fotos no son suficientemente buenas es porque no estás suficientemente cerca. Y nosotros tenemos ese credo grabado a fuego en nuestro cerebro, porque estamos convencidos de que estar dentro de la escena es la mejor manera de que las fotos transmitan de la mejor manera posible lo que ocurre frente a la cámara.
Itxaso, Imanol, aunque no seamos invisibles (a pesar de que lo intentamos con todas nuestras fuerzas…) muchas gracias por dejarnos estar ahí, justo en el medio, donde habría estado Capa.
Milesker!
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