En su boda en Gaztelugatxe, Paola y Joseba realizaron un gran esfuerzo para subir todas sus escaleras y contemplar el horizonte desde lo alto de esa roca.

En muchas ocasiones, nos atrevemos a pensar que somos dueños de nuestro destino y que podemos dirigir nuestra vida como un intrépido capitán de barco maneja su velero. Pues no. A veces nos topamos con historias que nos hacen darnos cuenta de que, al fin y al cabo, la vida suele ser más una mezcla entre dejarse mecer por el oleaje y poner rumbo hacia tierra firme.

La de Paola y Joseba es una historia larga, madurada en el tiempo, como el buen tiempo… y el buen tequila. La costa de la península de Yucatán vio nacer esta relación entre un vasco y una mejicana, y el azar, o el destino, hizo que años más tarde, sus caminos volvieran a cruzarse, aunque esta vez a este lado del charco.

Aquello que en un principio pareció fruto de la pura casualidad, arraigó, y se aferró al suelo con tanta fuerza que hizo que ambos se dieran el sí quiero en su boda en Gaztelugatxe, frente al océano, ante los ojos de conocidos y extraños curiosos, bajo una ligera brisa y con el sol luchando por asomarse entre las nubes y regalarles un precioso atardecer dorado de verano.

Después de la sencilla ceremonia de boda, tocaba celebrarlo, y lo que en principio parecía una simple cena en el restaurante Portuondo de Mundaka, rodeados de familiares y amigos, se acabó convirtiendo en una pequeña fiesta mejicana, ambientada con los corridos y las rancheras del Mariachi Domínguez, que todos se animaron a cantar y bailar, y regada, como no podía ser de otra manera, con abundante tequila mejicano.

Las escaleras de conducen hasta lo alto del islote de Gaztelugatxe son una imagen que refleja con fidelidad lo difícil que a veces resulta conseguir nuestros deseos, pero el esfuerzo que Paola y Joseba realizaron para llegar a lo más alto de esa roca les permite ahora contemplar felices el horizonte.

Mucha suerte chicos, os merecéis todo lo mejor.