Kim e Ian organizaron su boda en Getaria a medida, saltándose convencionalismos que no iban con ellos y haciendo lo que más importa: ser feliz y pasarlo bien.
Todos los chicos de Londres son feos. Esta era la tesis que defendía Kimberley con tesón frente a sus amigas hasta que vio pasar a Ian por delante del pub donde celebraba la nochevieja. Vaya, éste debe ser la excepción que confirma la regla, pensó. ¡Me lo quedo!
Sin embargo, poco después retomó su teoría cuando se enteró de que Ian, aunque vivía en Londres, había nacido en Birmingham. Esta circunstancia, aunque fuera pura casualidad, hacía pensar que alguien había tenido la idea de pulsar algunas teclas: los padres de Kim también se habían conocido una nochevieja, y varias de sus mejores amigas estaban casadas con chicos de Birmingham.
Así que, a pesar de que Ian llegó tarde a su primera cita (cosa rara en un tipo inglés…), Kim decidió recoger el guante que el destino le había lanzado y le dio una oportunidad. Por suerte para ambos, los misteriosos hilos que había movido el destino acabaron uniéndoles y, finalmente, decidieron darse el sí quiero en una bonita boda en Getaria.
Para su boda, se acercaron hasta Getaria, que aunque está lejos de su ciudad, los familiares y amigos que les acompañaron aquel día les hicieron sentirse como en casa. Laura Satué fue la weding planner que lo coordinó todo a la perfección, y nosotros tuvimos la suerte de ser sus fotógrafos de boda y testigos privilegiados de todo lo que ocurrió.
Desde la habitación del hotel San Prudentzio donde se preparaba Kimberley, con el White Album de los Beatles de fondo, se veía el lomo del ratón de Getaria desde una perspectiva atípica, al final de una ladera cosida de vides de txakoli. Aunque la lluvia parecía que nos iba a acompañar durante la celebración de tarde, Kim e Ian tenían muy claro que no habían planeado una boda de destino bañada por el sol, y acostumbrados como están a los cielos grises, no encontraron en las nubes motivos para no pasarlo bien.
Los invitados fueron acercándose paraguas en mano hasta la pequeña ermita de San Prudentzio, a pocos pasos del hotel del mismo nombre, donde todo parecía que iba a desarrollarse de una manera convencional, hasta que Kimberley entró bailando del brazo de su padre, dejándonos a todos atónitos.
Las lecturas de viejos amigos, la música en directo y el rito sagrado celta de la unión de manos (handfasting) hicieron que la ceremonia tuviera una especial emotividad. Después, el cóctel y los tradicionales discursos británicos previos al banquete bajo una carpa al aire libre, dieron paso a la fiesta nocturna, en la que quedó claro el talento y el buen gusto que tienen los ingleses para la música.
En definitiva, Kim e Ian organizaron su boda a medida, donde quisieron, como quisieron y saltándose convencionalismos que no iban con ellos y haciendo lo que más importa: ser feliz y pasarlo bien… Como dirían los propios Beatles en su “All you need is love”
There’s nothing you can do that can’t be done. Nothing you can sing that can’t be sung. Nothing you can say, but you can learn how to play the game. It’s easy…
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