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Lo que habían planeado que sería una boda en Sopelana al aire libre se transformó en una casi improvisada fiesta interior: “pase lo que pase, lo pasaremos bien”.
“Claro, queremos ser modernos, y luego nos pasan estas cosas…”. Con este desparpajo y una pizca de ironía, Ana miraba las nubes negras que descargaban con fuerza sobre el lucernario de la buhardilla donde se preparaba. Y es que, aunque a principios de septiembre aún sea verano, el tiempo en la costa vasca te puede jugar una mala pasada cualquier día del año.
Eso fue justamente lo que les ocurrió a Ana y Jaro el día de su boda en Sopelana. Lo que habían planeado que sería una ceremonia y una fiesta al aire libre en una preciosa finca privada junto a la playa de Meñakoz, en Barrika, se transformó en una casi improvisada boda en interior a resguardo del temporal. “Da lo mismo, pase lo que pase, lo pasaremos igual de bien.”, decía Ana mientras nosotros asentíamos, porque como fotógrafos de boda, lo que necesitamos, sobre todo, es actitud.
Y en este caso, de eso había de sobra, así que al mal tiempo, buena cara… y ganas de fiesta. Ana se arregló en casa de sus padres, acompañada de sus mejores amigos. Todo estaba listo: el ramo, que era un regalo que había viajado varios cientos de kilómetros hasta llegar a su destino; el vestido, que era el mismo que la madre de Ana había llevado en su boda; los zapatos, unos preciosos Manolos de color azul… y unas copas de cava, cuya compañía siempre viene bien en estas ocasiones.
A media tarde, Jaro esperaba en Meñakoz con el resto de invitados, escuchando continuamente aquello de “novia mojada, novia afortunada” en varios idiomas, porque Ana y él, que es eslovaco, se conocieron como compañeros de trabajo de una compañía aérea en Málaga, se enamoraron en Londres y se fueron en un Mini a vivir a Roma, así que sus amigos venían de casi todos los países de la UE, lo cual añadió un divertido punto de diversidad a la fiesta.
Lo que el viento no se llevó
El cielo no dio tregua ni un solo minuto, pero no impidió que esta pareja pudiera celebrar su boda, llena de emoción, carcajadas y efusivos abrazos. Tampoco importó que no hiciéramos fotos de pareja, porque un par de semanas antes acompañamos a Ana y Jaro en una sesión de preboda en la playa del Puntal en Laredo, así que el día de su boda no tuvieron que dejar de estar con su gente ni un solo minuto, que era lo que realmente querían.
A pesar del frío y la lluvia, todo fue como la seda porque el viento no pudo llevarse lo que realmente importa las ganas de fiesta y al final, como dijo Ana, el mal tiempo dio lo mismo, porque pasara lo que pasara, lo pasamos igual de bien.
Ana, Jaro, grazie mile!
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